Capítulo 6
Sonia temblaba de pies a cabeza: —¡Cállate!
Irene soltó una carcajada fría y, de pronto, le arrancó el collar del cuello.
Era la única reliquia que le quedaba de sus padres.
—¡Devuélvemelo!
Sonia forcejeó, pero Irene terminó por romper el collar, y las cuentas rodaron por el suelo.
La voz de Sonia temblaba entre lágrimas: —¿Qué quieres? ¡Ya les dejé el camino libre! ¿Por qué sigues haciéndome esto?
Irene iba a contestar, pero al ver por el rabillo del ojo que Diego se acercaba bajo el paraguas, enrojeció los ojos al instante.
Con voz quebrada, se giró y se marchó: —Diego, Sonia no me quiere aquí. Mejor no vuelvas a traerme.
El rostro de Diego se endureció: —Irene ha venido de buena fe a visitar a tus padres, ¿y así le respondes?
La abrazó por los hombros y su voz sonó gélida: —Irene y yo estamos juntos. Si no la quieres aquí, entonces tampoco me llames más a mí.
Dicho esto, se marchó junto a Irene, protegiéndola bajo el paraguas.
Sonia permaneció en el mismo sitio, mirando cómo se alejaban. La lluvia y las lágrimas se mezclaban en su rostro.
Se agachó y, con manos temblorosas, recogió las cuentas caídas del suelo.
El único recuerdo de sus padres, su último vínculo, se había roto así.
Igual que el amor que había guardado tantos años con tanto cuidado.
Todo estaba hecho añicos.
……
La lluvia le golpeaba el rostro mientras Sonia guardaba el collar roto en el bolso.
La carretera frente al cementerio estaba desierta; Sonia esperó bajo la lluvia, pero ningún taxi aceptó su solicitud.
El agua le corría por el pelo y la cara. Se limpió el rostro y, resignada, se dispuso a probar otra aplicación.
De pronto, unos faros la deslumbraron en medio de la lluvia.
—¡Bang!
El dolor la invadió tan rápido que ni siquiera pudo gritar. Su cuerpo fue lanzado como una muñeca y cayó pesadamente al suelo.
La sangre manaba de su sien, tiñendo el agua de rojo a su alrededor.
La vista se le nubló. Sacó el teléfono por inercia y, sin pensar, marcó ese número que se sabía de memoria.
—¿Hola?
La voz de Irene sonó al otro lado, imposible de disimular el regocijo.
Se rió suavemente: —Diego dice que no quiere verte. Hazte cargo de ti misma, ¿vale? Si vuelves a llamar, te bloqueo.
Colgó el teléfono.
—Tuut, tuut...
El tono de llamada cortado le retumbó en los oídos como un cuchillo.
Tendida en el suelo, con la lluvia y las lágrimas mezclándose en su rostro, Sonia solo pudo escuchar la voz en su cabeza:
—Sonia...
—Recuerda este día. Recuerda este dolor.
—De ahora en adelante, aunque mueras...
—No vuelvas a depender de Diego. Déjalo marchar. Sal de su vida para siempre.
Con dedos temblorosos, abrió la agenda de contactos. Ese número destacado seguía doliendo solo de mirarlo.
Diego.
Lo contempló largo rato, hasta que la pantalla se apagó y volvió a encenderse. Finalmente, apretó el botón de eliminar.
Y, reuniendo todas sus fuerzas, marcó el número de emergencias.
—Ayuda.
……
Cuando Sonia volvió en sí, lo primero que vio fue el techo blanco del hospital.
—Señorita Sonia, por fin ha despertado.
Giró la cabeza y vio a Rodrigo, el secretario de Diego, de pie junto a la cama con el historial médico en la mano.
Su voz tenía un matiz de reproche: —El presidente Diego hizo todo por salvarla y estuvo a su lado tres días sin descansar. No le cause más disgustos, ya tiene bastante.
Sonia se quedó mirando por la ventana, absorta.
Dos vidas.
En la anterior, cuando huyó de casa, él la buscó durante tres días y tres noches, y murió por salvarla.
En esta vida, tras el accidente, también la acompañó tres días y tres noches.
Pensaba que, renunciando a su amor, él encontraría la felicidad.
Pero ahora comprendía que su existencia solo era una carga para él.
Por suerte, todo aquello pronto llegaría a su fin.