Capítulo 7
Abelardo la miró en ese estado. Una sensación de pánico le invadió el corazón.
Se levantó de golpe y, sin esperar a que terminara la cena familiar, llevó a Natalia a la habitación.
—¡Querida! —cerró la puerta y le explicó—: ella ha estado un poco deprimida. El médico dice que su inestabilidad emocional puede afectar al bebé. Solo la estoy tranquilizando para que pueda dar a luz sin problemas...
Él le sostenía la cara, con voz casi suplicante, dijo: —Aguanta un poco más, ya casi está. Cuando nazca el bebé, la mandaré lejos y nosotros viviremos bien con el niño, ¿sí?
"¿Nosotros y el niño?"
Ella miró su expresión ansiosa y le pareció ridículo.
Ya no hacía falta que él enviara lejos a Berta.
Porque esta vez, quien se iría sería ella.
—Está bien —respondió suavemente—. Estoy de acuerdo.
Abelardo, aliviado, la abrazó y, con tono alegre, dijo: —Sabía que eras la más comprensiva.
La preparación de la boda avanzaba con gran tensión.
Berta se mostraba feliz cada día, eligiendo los anillos, el vestido de novia e incluso llevaba el catálogo de lugares para la boda y pedía la opinión de Natalia.
—¿Qué te parece este lugar? —le sonreía, pero sus ojos mostraban provocación—. Abelardo dice que me dará lo mejor.
Natalia hojeaba el catálogo con tranquilidad y respondió con indiferencia: —Todos están bien.
Berta mordió sus labios con frustración.
Al final, solo faltaba decidir el vestido de novia.
Ella, colgada del brazo de Abelardo, le suplicaba con coquetería. —Quiero usar el vestido de novia de Natalia, ¿puedo?
Ese vestido de novia había sido diseñado por un diseñador internacional de primer nivel, a pedido de él. Le costó más de 1.4 millones de dólares.
Era el testimonio de su amor.
La expresión de Abelardo cambió. Por instinto, estuvo a punto de negarse.
Pero, ella intervino. —Está bien.
Él se volteó, incrédulo. —¿Natalia?
Mantuvo una expresión serena. —¿No fuiste tú quien dijo que debía ser más generosa con ella?
Se levantó y caminó hacia el vestidor…
—Además, al final de cuentas, solo es un vestido de novia.
—¿Por qué no habría de aceptar?
Tomó aquel vestido blanco y se lo entregó a Berta.
Abelardo se quedó dónde estaba, observando la expresión de Natalia. Una oleada de temor lo invadió.
Era como si...
Ella estuviera desapareciendo poco a poco de su vida.
Pero reprimió la inquietud en su interior. Pensó que Natalia lo amaba demasiado como para dejarlo.
Además, solo necesitaba aguantar hasta que diera a luz. Cuando eso ocurriera, todo terminaría y Natalia lo esperaría.
Berta no tenía idea de lo que pasaba por la mente de Abelardo. Feliz y emocionada, abrazó el vestido de novia y ese mismo día lo arrastró para ensayar en el lugar de la boda.
No podía esperar más para ponerse aquel vestido de novia. Se lo probó ansiosa, giró frente al espejo y, satisfecha, sonrió con orgullo a Abelardo. —¿Me veo bien?
Él se quedó mirando el vestido de novia, con una mirada compleja.
Ese era el vestido que Natalia uso para su boda.
Él le había colocado el velo y ante el sacerdote había hecho su promesa.
—En esta vida, solo te quiero a ti.
Y ahora, ese vestido lo llevaba otra mujer.
Sintió un nudo en la garganta y forzó una leve sonrisa. —Te ves bien...