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Capítulo 4

Leonardo cambió bruscamente de expresión. Se abalanzó hacia adelante, levantó en brazos a la inconsciente Josefina y, sin mirar atrás, corrió hacia el hospital. Elisa permaneció inmóvil en el lugar, sus dedos se curvaron levemente, pero finalmente decidió seguirlo. Bajo la luz blanquecina y lúgubre del pasillo del hospital, la lámpara de la sala de operaciones seguía encendida. Leonardo estaba de pie fuera de la puerta; su traje seguía manchado de la sangre de Josefina y, por primera vez, en su habitualmente serena y controlada cara, apareció una rara expresión de ansiedad. Elisa se sentó en silencio a un lado, sin decir palabra alguna. De repente, la puerta del quirófano se abrió y el médico salió apresurado. —¡La paciente está sufriendo una gran hemorragia, necesitamos una transfusión urgente! Pero ella es RH negativo, ¡el banco de sangre está en emergencia! Leonardo arrugó la frente con fuerza; estaba a punto de hablar cuando Elisa ya se había puesto de pie. —Yo soy RH negativo, puedo donar para ella. Leonardo se volvió bruscamente para mirarla, una pizca de asombro brilló en sus ojos. Elisa sostuvo su mirada con calma.—Salvarla es lo más importante. Ella siguió a la enfermera para la extracción de sangre; 400 cc de sangre fluyeron lentamente fuera de su cuerpo, se volvió cada vez más pálida, pero su mirada permaneció serena. Leonardo estaba de pie a un lado, observando cómo la aguja se clavaba en ese delgado brazo, y esa extraña sensación en su corazón se hizo cada vez más fuerte. ¿Hasta qué punto... le gustaba ella realmente? Después de donar la sangre, Elisa salió presionando el algodón sobre la herida y vio que Leonardo seguía inmutablemente esperando afuera del quirófano. Ella dudó un instante, luego se acercó y habló en voz baja: —No te preocupes, ella estará bien. Leonardo levantó la vista hacia ella, su voz sonaba ronca.—¿Todavía no te vas? Elisa negó con la cabeza.—La señorita Josefina tiene un malentendido con nosotros. Cuando despierte, debo explicarle todo con claridad. Leonardo la miró fijamente, observando su cara, y de repente preguntó: —¿De verdad te gusto tanto? Elisa se quedó pasmada. Estaba a punto de responder, cuando de pronto la puerta del quirófano se abrió y el médico salió. —La operación fue un éxito, cuando pase el efecto de la anestesia, la paciente despertará. Finalmente, los hombros tensos de Leonardo se relajaron. Elisa se retiró silenciosamente a un lado, sin decir más palabra. Unas horas después, Josefina despertó. Al abrir los ojos, vio a Elisa de pie junto a la cama y de inmediato sus ojos se enrojecieron. —Leonardo, ¿quieres que los bendiga, por eso la trajiste otra vez? Elisa se apresuró a dar un paso al frente y explicó suavemente: —Señorita Josefina, es un malentendido. Ese día, Leonardo realmente tenía una reunión; llevarme a comprar ropa fue sólo de paso, no era una cita, él tampoco te mintió. Leonardo también asintió.—Lo nuestro es sólo un matrimonio concertado, no hay sentimientos. Josefina mordió sus labios y las lágrimas rodaron por sus mejillas.—¿Entonces cómo lo puedes probar? ¿Cómo puedes probar que no tienes el más mínimo sentimiento por ella? Leonardo arrugó la frente.—¿Cómo quieres que te lo demuestre? Josefina pensó un momento, de pronto señaló hacia la ventana.—Arrójala al lago helado. La expresión de Leonardo cambió ligeramente. —Josefina... —¿Éstas dudando? —La voz de Josefina temblaba—. ¡Eso significa que sí la quieres! Leonardo guardó silencio unos segundos, finalmente suspiró y se volvió para hacer un gesto al guardaespaldas.—Arrójenla al lago. Las pupilas de Elisa se contrajeron. Ella sabía que Leonardo era capaz de hacer cualquier cosa por Josefina, pero nunca imaginó que pudiera ser tan despiadado. Sin embargo, no podía resistirse. Tenía que soportar. Los guardaespaldas la sacaron a la fuerza; Leonardo permaneció inmóvil, con una mirada indescifrable. El agua del lago helado era de un frío penetrante. En el instante en que fue arrojada, Elisa casi se asfixió. El agua gélida invadió sus fosas nasales, entumeciéndole brazos y piernas. Apretó los dientes y se obligó a flotar en la superficie, pero su cuerpo, incontrolable, seguía hundiéndose. Los guardaespaldas, a la orilla del lago, la miraban con indiferencia, ninguno extendió la mano. La conciencia de Elisa se fue tornando borrosa; en ese estado de confusión, creyó ver su infancia. Sus padres la habían dejado en el campo; en invierno no tenía ropa abrigada, temblaba de frío y sólo podía refugiarse en el cobertizo de leña de la niñera para calentarse. En toda su vida, nunca le había importado a nadie. No supo cuánto tiempo pasó cuando finalmente la sacaron del agua. Su cuerpo estaba completamente helado, tenía los labios amoratados y había perdido la sensibilidad. Confusamente, sintió que alguien le frotaba el cuerpo con una toalla caliente, los movimientos, por una vez, eran suaves y delicados. Instintivamente, ella agarró esa mano y murmuró: —Aguanta un poco más... pronto podré irme... Al momento siguiente, esa mano la sujetó con fuerza, casi rompiéndole los huesos. —¿Irte a dónde?! —La voz de Leonardo era tan fría como el hielo.

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