Capítulo 25
El día en que terminó los trámites de la herencia, la lluvia caía persistentemente.
Sonia entregó el último documento al responsable del refugio y, al ver el saldo en su cuenta reducido a cero, se sintió más tranquila que nunca.
Nunca había planeado aceptar ese dinero; ponerlo al servicio de la mejor causa posible era, para ella, lo más acertado.
Ahora, por fin, aquellos gatos y perros callejeros tendrían un lugar donde refugiarse. Ese siempre fue su propósito.
La lluvia arreció, y Sonia abrió el paraguas para regresar a casa. Las farolas se difuminaban en los charcos acumulados.
De repente sonó el teléfono, era Ignacio.
—Esta tarde regreso, ¿te apetece que cenemos juntos?
Su voz transmitía alegría.
Sonia estaba a punto de responder, cuando resbaló y cayó pesadamente al suelo.
El sonido de la lluvia se mezcló con el golpe del teléfono al caer; por el auricular escuchó la voz angustiada de Ignacio: —¿Qué ha pasado?
Al recoger el teléfono, la llamada ya se había cortado.
La rodilla le do

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