Capítulo 494
Lorena se quedó aturdida durante varios segundos; presa del pánico, agarró un jarrón que estaba sobre el armario al lado y se lo estampó en la cabeza.
El aroma de la camelia la envolvió de inmediato; las flores secas, que tanto trabajo le había costado preparar, comenzaron a soltar pétalos uno tras otro, y el jarrón, escogido con tanto esmero, se hizo añicos sobre su cabeza.
Pero Lorena no sabía que esa camelia era un regalo suyo, ni tampoco lo valioso que era ese jarrón.
Pegada a la pared, lo miraba con cautela y le preguntó:
—¿Ya estás despejado?
Pedro no dijo nada, solo sintió que algo tibio le bajaba lentamente.
No levantó la mano para tocarse, sino que fijó la mirada en sus labios.
Sus labios, enrojecidos por los besos, aún tenían restos de sangre, una huella que él había dejado.
La mirada de él la hizo sentirse incómoda; sentía que ese Pedro ya no era el mismo que ella conocía.
Si antes Pedro era la encarnación de la pureza, ahora el hombre que tenía delante era una mezcla de luz

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